DE CARRERAS POR LA SIERRA DE GUADARRAMA

En 1919, España vivía bajo la Restauración Borbónica de Alfonso XIII y con un sistema de gobierno basado en el caciquismo y la inestabilidad política.

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En junio de aquel año, se suspendieron las pocas garantías constitucionales que existían debido a la convocatoria de unas elecciones que proclamarían en el poder a las minorías de izquierdas.

Con este panorama en la política nacional, un grupo de entusiastas del motor llamados Moto Sport, hicieron oídos sordos al ruido de las Cortes para idear una carrera de motos que recorriera gran parte de la Sierra del Guadarrama. Su recorrido, de 93 kilómetros y 800 metros, se distribuía entre las localidades de Guadarrama, el Alto del León, San Rafael, Revenga, La Granja de San Ildefonso y Villalba.

Las ruedas, los frenos, las direcciones, los motores…nada era como lo conocemos ahora. La austeridad era la manera perfecta de describir estas carreras. A pesar de ello, los valientes que se subían a sus bólidos se jugaban la cara cada vez que ponían en funcionamiento los pocos caballos que cabalgaban por sus motores.

La Sierra del Guadarrama era el escenario perfecto para ver pasar a estas personas con la cara de velocidad guardada en un pistón motorizado. Y era buen escenario no por su belleza (ya implícita de por sí en cualquier relato que hable de estas tierras) sino por la dureza que el recorrido presentaba: su característica principal era la diferencia de altitud entre un punto y otro, motivo este que lo hacía muy peligroso, sobre todo a la bajada, cuando se alcanzaban los picos de velocidad. “El estado de la carretera, en general, es muy malo, habiendo algunos sitios verdaderamente intransitables”, según decía la revista que el Moto Sport imprimía para informar de sus carreras.

A pesar de la dificultad del itinerario, algunos intrépidos llegaron a marcar récords ded absoluto del menor tiempo en realizar los 93 kilómetros del circuito se lo llevó Óscar Leblanc en la edición de 1924 a los mandos de un autociclo Salmson de

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1100 c.c., y que paró el cronómetro en una hora, nueve minutos y veintiocho segundos. Las notas del periodista que cubrió la carrera así lo acreditan: “En esta primera vuelta, como nota sobresaliente, anotamos la proeza de Óscar Leblanc, sobre su autociclo Salmson, que bate el récord a la vuelta más rápida, en 1h. 9m. 28s., o sea, a la fantástica velocidad media de 81km. Este récord lo ostentaba Zacarías Mateos, en moto sola, en el año 1922, a una velocidad media de 73,787 kms”. Sin embargo, al más puro estilo Carlos Sainz, la desgracia se cebó con Leblanc: “Al ir a concluir la séptima vuelta, Óscar sufre una avería, que tarda en reparar mucho tiempo; este percance al gran corredor, es acogido por el público con desagrado, pues la victoria de Óscar estaba descontada. Ello da lugar a que ocupe el primer lugar Antonio Díaz, seguido de Calvet y Maulvais”. La mala suerte no entiende de favoritos.

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Tal era la importancia de esta carrera que esta edición de 1924 tuvo un eco que sobrepasó la Sierra del Guadarrama. Medios de comunicación ingleses y de varios países americanos dieron extensa cuenta en sus periódicos de lo que ocurría en la carrera. Quizás, lo que más le interesaba a estos medios era la posición en la que quedaban sus compatriotas, y esta, por muy desarrolladas que tuvieran sus máquinas, dejaban mucho que desear, ya fuera por el mal estado del pavimento o por la ineptitud de sus corredores: uno quedo en segunda posición; el otro abandonó.

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Sin embargo, aun habiéndose convertido en una carrera de prestigio y renombre, recibió numerosas críticas debido a su peligrosidad, tanto para los espectadores como para los corredores, por lo que la organización decidió recién comenzados los años 30 trasladar la carrera a un lugar más seguro en la región de Guadalajara. ¿Se hubiera convertido si no la Sierra de Guadarrama en un circuito de carreras profesional? Quién sabe.

Nacho G. Hontoria

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